He pensado muchísimo en cuál sería mi segundo artículo para ustedes, y les confieso que jamás hubiera pensado que iba a ser este. Creo que sentía que podía ser muy pronto para presentar un tema algo difícil (y sensible para muchos). Pero como en Garabateannedo nos encanta ejercitar el pensamiento crítico y aprender a escuchar [en este caso, leer] otros puntos de vista, dije: Let’s do it!
Antes de empezar (y correr el riesgo que muchos me retuerzan los ojos solo con leer el título) tengo algo que decirles. Este ensayo NO es:
• Ningún regaño para las personas que fuman
• Ningún artículo de salud, donde hablamos sobre los efectos negativos del cigarro
• Ninguna guía sobre “X pasos para dejar de fumar”
Es simplemente -en mis palabras- mi historia con el cigarro y porqué al día de hoy nunca me he fumado uno.
Habiendo aclarado esto, y ya que ustedes saben que NO esperar de este texto, procedo:
Tengo 29 años y en mi infancia conocí a los 2 hombres más importantes de mi vida para mi crecimiento: mi papá y mi abuelo; de quien les hablaré hoy es del segundo.
Mi “nonno” era un ser humano E S P E C T A C U L A R. Inmensamente inteligente, honorable, cariñosísimo, súper juguetón (lo recuerdo como se tiraba al piso conmigo a jugar rompecabezas), alegre, ocurrente (quienes lo conocieron sabían que su imaginación y picardía no tenían limites) … en fin, un hombre inigualable.
Mi infancia nunca hubiera sido igual sin su presencia en mi vida; les juro que fueron tiempos muy felices [y mi cara sonríe automáticamente de tan solo recordarlo].
Lamentablemente, el día de ayer cumplió 18 años de haber partido de este mundo de una manera sumamente dolorosa. Versión resumida: nos dimos cuenta que tenía cáncer; y aunque su lucha fue hasta el último latido, el final llegó más temprano que tarde.
Entrar en los detalles de lo que significó su muerte en la vida de mi familia es, al día de hoy, demasiado doloroso. Pero les puedo confesar que su partida fue lo que he podido hoy reconocer como la primera gran depresión que he sufrido.
Como ya se podrán imaginar, mi abuelo tuvo su historia de fumador en un pasado que no conocí. Fumó tanto cigarrillos, como puros. Eventualmente, tras lo que debió ser un duro proceso, el decidió dejar ese vicio. Según me cuentan, se propuso no permitir que el cigarro controlara su vida, y con mucho empeño, lo dejó para siempre.
Uno siempre añora que, cuando pasan este tipo de historias, las enfermedades desaparezcan del plano porque: “ya lo pasado, pasado”; o “ni siquiera fueron tantos años” … pero lastimosamente ese no fue el caso. La factura le llegó muchos años después, cuando mi hermana Gaby (su nieta más pequeña) tenía apenas 3 años.
Aunque yo estaba bastante joven, la experiencia de perderlo me marcó por completo. Nunca sentí la curiosidad de probar un cigarro, ni cuando mis amigos en el Colegio lo hacían, ni cuando una vez en la Universidad alguien quiso forzarme a ponerme un cigarro en la boca “solo para saber que se sentía”. Creo que siempre relacioné la idea del cigarro con el trauma de perder a alguien amado.
Desde mi experiencia, los daños más grandes que deja el cigarro son las pérdidas intangibles. Porque para mí el cigarro se define como: un ladrón de tiempo, un ladrón de paz en la vida.
¿Y por qué lo digo?
Desde mi manera de ver el mundo, el cigarro fue parcialmente responsable de robarme el tiempo que pudimos haber disfrutado algún día con mi abuelo: todas nuestras graduaciones, cumpleaños, y grandes momentos; me robó la alegría de decirle que iba a estudiar Derecho (como él); me robó la oportunidad de haber aprendido al lado de quien pudo haber sido mi mejor mentor; me robó la experiencia de confiarle: “estoy enamorada”, “logré alcanzar X meta”, “nonno, me equivoqué (…)”. Y como esas, tantas, pero TANTAS otras situaciones. Y también, responsable de robarle vida a mi abuelo, vida para haber hecho todo cuanto él hubiera añorado alcanzar (…).
Empero, dándome la libertad de expresarme en base a otras vivencias, me di cuenta que ‹el cigarro› tiene como un Doctorado en robar algo sumamente valioso en nuestras vidas: la paz.
El problema es que –tanto el cigarro como otros vicios- hacen que las personas se alejen de sus familiares y amigos. Entre otros, les privan de pasar tiempo de calidad: desde esos momentos donde no hacer nada, lo es todo, hasta cuando tu núcleo más te necesita. Te hace mentirte a ti mismo, mentirle a los demás… y pues, ¿Podemos llamar a eso vida?
Por ello, quiero que el día de hoy se pregunten: ¿Qué es ‹el cigarro› en sus vidas? Y con esto me refiero a:
¿Qué es aquello que les impide ser y estar 100% presentes? ¿Qué es “eso” en su vida que hace que les mientan a los demás? -pero, sobre todo- ¿Qué se mientan a ustedes mismos? ¿Qué es aquello que les aleja de vivir la vida al lado de los suyos plenamente?
La(s) respuesta(s) pueden ser amplísimas. Y pueden ser mucho más allá de un vicio o una adicción. Ahí podemos incluir muchos otros factores llevados al extremo como: el alcohol; los excesos de otras drogas o sustancias (incluyendo al café); redes sociales, trabajo obsesivo, parejas o relaciones interpersonales tóxicas, etc.
Les invito a que reflexionen, como un regalo a ustedes mismos:
¿Cuál es ‹el cigarro› en sus vidas?
(les aseguro, todos tenemos alguno)
Y una vez que logren identificarlo(s), usen todas las herramientas que tienen a su favor para eliminar aquellos ladrones de tiempo y paz de su día a día.